La gata viajera ya ha realizado viajes de ida y vuelta al lugar de origen de sus dueños, ya que son parleños de adopción, y pacenses de corazón. Bien, pues aunque no sea el primer viaje de la gata viajera, sí va a ser el primero de este blog. Fue toda una experiencia, y ocurrió en el puente del día del padre.
Nos dirigimos a las Fallas, concretamente a Canet, al apartamento de unos compis de trabajo. Y cómo no, la gata nos acompañó. En total, éramos cuatro personas, una mascota, dos maletas, dos bolsas, la caja de la arena, la mochila de la gata...vamos, que íbamos petaos.
La gata viajera hizo un viaje de lo más tranquilo, de madrugada, metida en su súpertransportín. Nada más llegar, decidió desconectar de todos los que allí nos encontrábamos, y dedicarse a investigar el apartamento mientras que los demás nos colocábamos.
Por la noche la gata viajera estuvo durmiendo en la misma habitación que sus dueños, a pesar que en casa tiene su propio mini-apartamento en la cocina.
Definitivamente, le gustó la casa.
Mientras que los humanos nos íbamos a Valencia, la gata viajera se percató de que nos habíamos dejado una ventana abierta que comunicaba con la terraza, y decidió darse una vuelta.
Cuando volvimos, al no ver a la gata viajera, pensamos que nos había abandonado en busca de aventuras. Nada más lejos de la realidad. Estaba debajo de una mesa al resguardo de la lluvia que caía por aquellas tierras.
El resto del puente, aunque no estuvo muy cariñosa, sí que tuvo mucha gente con la que jugar, por lo que se lo pasó pipa, husmeó todo lo que pudo, se metió en rincones insospechados, y se escapó al descansillo del piso en un par de ocasiones, en busca de emociones fuertes.
Finalmente, y tras un atasco que hizo prolongar el retorno hasta 5 horas, llegamos sanos y salvos de nuevo a casa.
Gracias a este viaje hemos descubierto que realmente los gatos son como las personas, porque el resto del día estuvo tirada, literalmente, en el sofá. Como sus dueños...
Nos dirigimos a las Fallas, concretamente a Canet, al apartamento de unos compis de trabajo. Y cómo no, la gata nos acompañó. En total, éramos cuatro personas, una mascota, dos maletas, dos bolsas, la caja de la arena, la mochila de la gata...vamos, que íbamos petaos.
La gata viajera hizo un viaje de lo más tranquilo, de madrugada, metida en su súpertransportín. Nada más llegar, decidió desconectar de todos los que allí nos encontrábamos, y dedicarse a investigar el apartamento mientras que los demás nos colocábamos.
Por la noche la gata viajera estuvo durmiendo en la misma habitación que sus dueños, a pesar que en casa tiene su propio mini-apartamento en la cocina.
Definitivamente, le gustó la casa.
Mientras que los humanos nos íbamos a Valencia, la gata viajera se percató de que nos habíamos dejado una ventana abierta que comunicaba con la terraza, y decidió darse una vuelta.
Cuando volvimos, al no ver a la gata viajera, pensamos que nos había abandonado en busca de aventuras. Nada más lejos de la realidad. Estaba debajo de una mesa al resguardo de la lluvia que caía por aquellas tierras.
El resto del puente, aunque no estuvo muy cariñosa, sí que tuvo mucha gente con la que jugar, por lo que se lo pasó pipa, husmeó todo lo que pudo, se metió en rincones insospechados, y se escapó al descansillo del piso en un par de ocasiones, en busca de emociones fuertes.
Finalmente, y tras un atasco que hizo prolongar el retorno hasta 5 horas, llegamos sanos y salvos de nuevo a casa.
Gracias a este viaje hemos descubierto que realmente los gatos son como las personas, porque el resto del día estuvo tirada, literalmente, en el sofá. Como sus dueños...
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